Opinión | Escrito sin red

Una farsa bochornosa

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. / EP

Tras la desafiante misiva contra jueces y medios no adictos; tras reclamar la movilización social; tras declarar el profundo amor por su mujer a la que la oposición quiere encerrar en el ámbito doméstico; tras el llanto por la degradación de la democracia que gobierna desde hace cinco años; tras mostrar los estigmas que los bulos de la jauría de la derecha y la ultraderecha han dejado en su alma, el presidente Sánchez se retiró a sus aposentos para meditar sobre la conveniencia o no de resignar su cargo, pues no hay honor que justifique tanto sufrimiento; confiesa, sincero, que no tiene ningún apego al cargo. ¡Qué duro hacer pasar al país por ese inevitable trance! ¡Cómo sufre por la buena gente, la que entenderá la gravedad de los motivos!

Tras el llanto presidencial, el llanto partidario, la basura sentimental, la cursilería estomagante de los que viven de ser costaleros del poder. El tosco Patxi López, un coeur simple, advierte entre pucheros contra los que se burlan de lo que mueve a millones de corazones, el amor, que también mueve las conciencias, a menos que se tenga un corazón de piedra, como Feijóo. Ruge con notable estulticia un desgraciado eslogan, «¡no pasarán!». Bolaños escupe a la oposición política, «¿la jauría pide explicaciones?». Albares, lechuguino pretencioso de salón, declara «traspasadas las líneas rojas». Cuajo es el del candidato Illa, «la derecha quiere el poder al precio que sea, estamos contigo y te queremos, presidente» (lo es a cambio de los indultos, eliminar la sedición, rebajar la malversación y amnistiar a los golpistas).

Tras el llanto partidario, el llanto social. El director de corazones, Pedro Almodóvar, reconoce que al leer la carta presidencial lloró como un niño. Nos enterneció a todos. ¿Cómo no iba a romper en sollozos ante el sufrimiento del otro Pedro, el grande? Esta es la sociedad infantilizada con la que sueñan los dictadores. La que funciona no con la razón adulta, ¡qué cosa más grosera!, sino con las emociones de las almas puras. ¿Cómo no iba a estremecerse ante una carta que destila sentimientos tan refinados, que supera en delicadeza, sutileza, verdad, profundidad, emoción, a la de lord Chandos, de Hofmannsthal? Es también el llanto de la cultura. Se ha sumado el Colegio de Periodistas de Andalucía, que en un comunicado se ha solidarizado con Sánchez, al tiempo que ha reclamado un control sobre los medios; se supone que una ley antilibelo o antibulo, para ser aplicada por el Gobierno. Habrían hecho feliz a Iliá Erenburg, el que describía a Stalin como «un capitán que permanece junto al timón…con el viento de costado, mirando la profunda oscuridad de la noche…con un enorme peso sobre sus hombros». Cómo no hablar de aquellos que, desde sus privilegiados ámbitos de poder, sea en fundaciones, Instituto Cervantes, o diarios como El País, se dejan querer por el presidente, regalándole requiebros, con algún que otro mohín de incomodidad, pasajero, fugaz. Son, además, cultísimos, inteligentes, mandarines con mando en plaza, tan diferentes de los réprobos Savater, Azúa, Elorza, Carreras, Torreblanca, León Grosss, etc., gentes desnortadas, renegadas del progresismo, que se han situado en la fachosfera de El Confidencial, The Objective, El Mundo, ABC, etc.

El lunes Sánchez fue a ver al Rey. ¿Para qué si había decidido seguir? Utilizó al Rey como figurante secundario de su farsa, como utilizó a su partido y a toda la ciudadanía para hacer creer que iba a dimitir y así elevar el suspense hasta la extenuación. Lo mantuvo cuando saludó, a las 11 horas, con unas buenas tardes que hizo sospechar de una grabación preparada para las 12 h, sin periodistas. Inició la declaración institucional, que no comparecencia, mostrando una gestualidad atribulada y pergeñando un discurso victimista como los que preludian una partida. Había dormido mal, apenas había comido. Reiteró su dolor ante los bulos, los ataques machistas de Feijóo que pretendían condenar a su mujer al trabajo doméstico (bulo), la insoportable degradación de la vida democrática y el bloqueo del CGPJ por parte del PP. Dijo haber percibido la movilización social (sic). «Han sido cinco días muy gratificantes, la ciudadanía también los necesitaba» (sic). En un cambio de guion vertiginoso, dijo, cambiando el semblante, que se quedaba. Se quedaba para regenerar la democracia, que lo sucedido no era un punto y seguido sino un punto y aparte, que se quedaba para seguir en la presidencia los tres años que quedaban y aún más si se le renovaba la confianza. Negó cualquier maniobra o cálculo político en su reflexión de cinco días. Dijo que se volcaría en la regeneración que acabara con la crispación que introducía la oposición, con la vida política contaminada por los bulos y las descalificaciones personales como las que había sufrido. Un aviso a navegantes para la prensa crítica y para los jueces. Eso sí, siguió sin dar ninguna explicación en relación a las informaciones de El Confidencial sobre las gestiones de Begoña Gómez, su esposa, con Globalia, rescatada con 615 millones, o sus cartas de recomendación a las empresas de Carlos Barrabés que le valieron adjudicaciones gubernamentales.

El presidente del Gobierno, además de un insensato sin escrúpulos, que algunos retratamos hace ya diez años, es un farsante narcisista que no duda manipular a todo un país en su propio beneficio. Genera un irrefrenable sentimiento de vergüenza ajena, de hartazgo infinito. Se hace la víctima de una degeneración de la política y de una crispación que él mismo ha alimentado con su muro entre el “progresismo» que encarna y la fachosfera que ha construido. Lo malo de construirse enemigos, según El Roto, es que acabas teniéndolos. Lo único que persigue es la impunidad para sí mismo y para su entorno, poder gobernar sin límites. Su trayectoria es la de un autócrata que nos conduce a la tiranía. Su farsa para eludir el control democrático refuerza la polarización y agrieta los pilares sobre los que se sustentaba hasta ahora buena parte de la abstención electoral. Depredará las fuerzas a su izquierda, pero reforzará al PP reagrupando en torno al voto a ese partido a muchos de los que piensan que lo que se está ventilando no es una opción ideológica o la partitocracia, sino la permanencia de las libertades democráticas y el Estado de Derecho.

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